Toda ciencia se desarrolla de acuerdo a teorías, por lo que resulta recomendable que toda persona que la explore sea muy cauto en explicitar la teoría desde la cual la analiza. En el caso de las ciencias sociales, como la educación, existen algunas teorías, una de ellas se denomina “Educación Popular”, concepción desarrollada en el contexto latinoamericano principalmente por el pedagogo brasileño Paulo Freire. Un principio de la Educación Popular es concebir al docente como un sujeto que debe poseer cualidades que trasciendan lo pedagógico, en concreto entiende que el profesor debe considerarse también un militante. Aquello se conecta con otro principio: que la educación es un acto político, puesto que su fin es transformar la sociedad. La militancia entonces deviene en un concepto que merece profundizarse.
La militancia es una manifestación de acciones grupales concretas encaminadas a la promoción, defensa o lucha por una causa o idea, con un alto grado de compromiso y frecuentemente enlazadas a contextos sociales o políticos. Es posible resumir esta definición en cuatro conceptos claves: grupal, comprometido, lucha y social. Lo grupal se comprende porque una militancia individual es apenas voluntarismo, pero si las acciones se organizan inteligentemente entre los miembros de un grupo, aumenta la probabilidad de que los objetivos puedan ser alcanzados en menor tiempo. Lo comprometido se refiere a la constancia en el tiempo y disciplina del grupo para organizarse y aplicarse en función de una agenda programada. La lucha alude a que la promoción, defensa o combate por una causa implica el enfrentamiento incesante con antagonistas de dichos procesos. Y lo social o político expresa que el fin de todas las acciones es solucionar problemas para mejorar las condiciones de una colectividad.
Lo peculiar de este análisis es que dentro de la Educación Popular la docencia y la militancia son roles que coexisten sin importar su jerarquía. Paulo Freire propone que el maestro debe asumir un papel militante por cuanto su función es la formación de ciudadanos para un modelo determinado de sociedad. Pero también un político puede arrogarse un rol pedagógico dado que su acción y comunicación educan a las masas.
Partiendo de esta introducción se observa que algunas de las acciones ejecutadas por los candidatos durante el proceso electoral discrepan del concepto de militancia referido. El inconstante activismo y la premura propia de una fugaz campaña electoral hacen dudar de la representatividad de los dirigentes debido a que sólo en estas instancias se vislumbran encuentros con sus seguidores. Por otro lado, el rol de los expertos en marketing político deriva en la selección de públicos objetivos para terminar explotando las redes sociales con TikToks, mensajes banales y ataques a los oponentes, creando la ilusión de familiaridad con los votantes a partir de su participación virtual. Pero todo esto es planificado, pues el interés radica en evitar encarar el planteamiento y esclarecimiento de promesas, lo que empresarialmente se denomina “Know how” (saber cómo). El pueblo tiene una idea más o menos clara de lo que debe hacerse, el problema está en saber cómo hacerlo. El debate de las últimas elecciones del 2023 es un ejemplo de esta inconsistencia por cuanto ningún candidato mostró nitidez al detallar los pormenores de sus planes, ya que lo importante era ganar para después pensar qué hacer.
Con el objetivo de aportar a la polémica se exhiben ciertas estadísticas, algunas de ellas plenamente divulgadas y otras calculadas a partir de categorías y datos dispersos para este artículo. El promedio de tiempo que los ecuatorianos destinan al uso de redes sociales es de 2 horas y 27 minutos al día. Las dos terceras partes de los ecuatorianos dedican a la lectura de libros y prensa entre 2 a 3 horas semanales, lo que se traduce entre 17 a 26 minutos al día. El tiempo promedio que una persona dedica a conversar cara a cara con otras es de 2 horas y media por día. Por último, el ecuatoriano de a pie consume en promedio 1 hora diaria de política en redes sociales a la vez que suele relegar su participación en eventos políticos. Estos números se interpretan de modo que la lectura formal es mínima en comparación a la información textual y audiovisual de las redes; lo que sugiere que, si la lectura es un intenso ejercicio cognitivo que estimula el pensamiento crítico, el consumo de información desde las redes resulta ser intelectualmente mucho más pasivo. También se observa una relativa equivalencia entre el tiempo de participación en las redes y el destinado a conversaciones presenciales; es decir, le damos casi igual dedicación a nuestros vínculos virtuales como en persona. Una tercera comparación de datos identifica una sustancial discrepancia entre el tiempo de consumo de temas políticos de forma virtual cotejada con su participación real en eventos; lo que sugiere que el habitante común presenta serias dificultades para integrarse a un activismo más visible. Los datos presentados intentan delatar la contradicción entre el mundo virtual y real. Por ejemplo, dado que X es la plataforma más política de todas, cómo se explica que si todo lo que se escribe en ella se transformara en acción militante real, ¿cuántas revoluciones se hubieran realizado ya?
Una vez sondeado este contexto político, electoral y educativo, se plantea la pregunta: ¿Qué papel juega la Educación para contrarrestar la ofensiva de las redes sociales con el fin de mantener al electorado desinformado y exento de todo debate serio y profundo sobre las propuestas? La tendencia de todo gobierno que dirige la estructura es de un status quo por cuanto no le interesa remover conciencias que amenazarían su permanencia. Como lo expresa Karl A. Menninger, “lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad”; o dicho de otra manera, lo que se le niegue a los niños, ellos lo negarán a la sociedad. Si se les niega la oportunidad de transitar por una educación política militante para aprender a pensar y actuar críticamente, no se formarán como ciudadanos comprometidos. Los gobiernos estudiantiles elegidos en las instituciones educativas replican el modelo social: una campaña electoral festiva de varios días, una elección, celebración y una titubeante administración sin seguimiento ni rendición de cuentas. En síntesis, el sistema diseña para los adolescentes una experiencia política pasajera, sin las esencialidades de una militancia civil, con una asignatura de Educación para la Ciudadanía que no trasciende lo teórico.
En este punto se revela (¿o rebela?) el deber ciudadano de todo docente, o su indiferencia. Si la estructura es displicente ante una educación política intensa, queda en la decisión de los maestros asumirla. Pero ello implica un “Click” mental, una decisión valiente en virtud de que su rol de agente de cambio se irradia desde las aulas. La insípida educación ciudadana ya quedó desvelada hace mucho tiempo, y agudizada últimamente por la situación de violencia que vive el país, las organizaciones criminales mandan porque la sociedad les dejó el espacio para que se posicionen. ¿Existe alguna esperanza de recuperarla? Siempre la hay, pero debe comenzar cuanto antes. En el presente escenario electoral, y dado que muchos estudiantes colegiales ya sufragan, se vuelve urgente la difusión de espacios de discusión sobre lo que los políticos no están diciendo, y el maestro emerge como la figura idónea para generarlos, pero no para dirigirlos. Es la juventud la que debe descubrir su propio poder y capacidad de construir su futuro mediante el debate y la elección sensata de sus gobernantes.
"La confianza de la gente en los líderes refleja la confianza de los líderes en el pueblo".
Paulo Freire
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