El revolucionario argentino-cubano
Ernesto Guevara decía: “La calidad es el respeto al pueblo” (Guevara, 1983). La Real Academia de la Lengua Española define la
calidad como la “propiedad o conjunto de propiedades inherentes a una cosa que
permiten apreciarla como igual, mejor o peor que las restantes de su especie” (RAE,
2010).
Al igual
que toda realidad, el concepto de calidad puede tener una interpretación tanto subjetiva
como objetiva, la cual dependerá del paradigma desde el que se lo analice. Una
postura objetiva sintonizará con indicadores estandarizados mientras que una subjetiva
priorizará la libre opinión. Pero independiente de cada postura, la valoración
de la calidad conlleva un comportamiento, si la calidad de un producto o
servicio es buena, el consumidor estará contento y tenderá a buscar el mismo producto
o servicio para satisfacer sus necesidades. Por otro lado, un consumidor
insatisfecho tenderá a olvidar el producto y buscar otro. Pero ¿qué sucede
cuando el cliente no tiene esa opción y está obligado a consumir un producto o
servicio que considera inaceptable?
Una
institución educativa ofrece un servicio que los estudiantes están en capacidad
de valorar su calidad. Un estudiante insatisfecho con el servicio recibido pero
sin la posibilidad de escoger otra opción se torna un peligro porque se siente
engañado. En un niño que no ha desarrollado completamente su expresión oral, su
inconformidad se desplaza y se manifiesta en comportamientos que afectan su esfera
afectiva y cognitiva. En adolescentes ocurre algo similar, teniendo la capacidad de expresarse
pero sin la libertad de hacerlo, su manifestación puede ser más vigorosa y/o perversa, aunque puede mantenerse inconsciente.
Los estudiantes intuyen que algo no funciona, pero no tienen la madurez, ni el paradigma, ni el conocimiento para identificar si el problema está localizado en todo el sistema educativo, sólo el colegio o los profesores. Sin que les interese su origen, este malestar los lleva a radicalizarse. La baja tolerancia a la frustración surgida por la contradicción entre un discurso sobre el buen vivir y los resultados logrados en el aula de clase, generan conflictos en los adolescentes. La resistencia de biopoder se convierten en un medio que posibilita expresarse (Calderón, 2013); el baile perreo por ejemplo, tan odiado por adultos, se vuelve una opción para los más avezados.
Tanto el presidente como el ministro de educación interpretan adecuadamente la situación pero confían demasiado en que el sistema creado por su gobierno encontrará la solución. No atreven a preguntarse si la falla será el mismo sistema educativo. Los perreadores son apenas una válvula de escape, el síntoma de un sistema enfermo.
Para culminar expreso mi solidaridad con los jóvenes: ¿A quién no le ha dado furia en algún momento, tener profesores de baja calidad, o saberse parte de un sistema que no funciona? La irreverencia de los estudiantes por el sistema educativo en general, y el ejercicio del poder para denunciarlo aunque sea en forma de pulsión, plantea una reflexión a la comunidad educativa.
Referencias
Calderón,
M. (2013). Juventudes en el espacio educativo. Biopolítica y
bioresistencia. https://hypomnemata.jux.com/877901
bioresistencia. https://hypomnemata.jux.com/877901
Guevara,
E. (2004). Obras escogidas. Chile. Resna.
RAE.
(2010). Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Madrid.
La verdad de cambiar el sistema es que implica cambiar ideologías arraigadas de maestros que lejos de ubicarse en su actual contexto atacan a sus estudiantes tachándolos de irreverentes y necios
ResponderEliminarLa irreverencia siempre se ha manifestado en los jóvenes y en toda época. Como ejemplo recordemos las películas Rebeldes del Swing, Grease, Footlose, etc.
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