Una comunidad de indagación es la
reunión de personas que responden a una necesidad intrínseca de investigar acerca
de temáticas que les interesa, es decir, su conformación no obedece a una
necesidad externa. Muchos autores han contribuido a desarrollar este concepto
desde la filosofía, la educación y la investigación, sin embargo, sus
aportaciones conservan ciertas esencialidades que a continuación se detallan.
El origen y conformación de una
comunidad de indagación puede ser espontánea o planificada, son autorregulados y
tienen como base una cualidad en cada uno de sus miembros: La capacidad de
asombro, la que se entiende como la habilidad natural que tiene todo ser humano
para formular preguntas filosóficas y epistemológicas. Esto se observa con
mucha claridad en los niños, pero la escuela se encarga de aniquilar
paulatinamente esta capacidad (Lipman, 2002), cuestión que difícilmente el
adulto llega a reencontrarla.
En sus inicios estos espacios realizan diálogos
que ayudan a mejorar progresivamente la capacidad argumentativa de sus miembros,
a su vez los impulsa a profundizar la lectura, redacción, intercambio de
escritos y debate. Este ejercicio básico y periódico posibilita el surgimiento
de delimitaciones en un tema que asegura la conformación de una línea de
investigación y así convertirse en una corriente del pensamiento. Este proceso
orientado por el ocio de aprender, quema algunas etapas que modifican su nombre
desde comunidad de indagación, grupo de estudio y grupo de investigación.
Algunas universidades e institutos en el Ecuador ya llevaban esta práctica e
investigaban mucho antes del gobierno de la revolución ciudadana.
No obstante, el informe del CONEA del Mandato
14 (2008) concluyó como generalidad que la universidad ecuatoriana ha tenido
una función tradicionalmente profesionalizante y nunca fue una prioridad el
apoyo a la función de investigación. Dada la demanda actual de cumplir los
indicadores del SENESCYT, se observa como estrategia común en algunas
universidades, la disposición desde sus autoridades de realizar cursos
especializados que conduzcan a la conversión de sus docentes en investigadores,
obviamente con el debido mejoramiento económico por esta nueva función, de esta
manera la conformación de grupos de investigación se deriva de una orden
superior. Esta situación es muy coherente con un paradigma basado en la
dirección y el control; el origen del interés de apoyar la investigación
representa una cuestión de supervivencia y no necesariamente un convencimiento por
convertirse en una corriente del pensamiento, la universidad se subordina a los
indicadores.
Para este paradigma basado en el control
nadie investiga por el puro gusto, solo un seguimiento adecuado del proceso de
formación de los docentes asegura la producción y calidad de investigaciones. Esta
estrategia en cambio es vista como una falacia para el paradigma que abraza la
idea de comunidad de indagación, para éste la investigación no es una actividad
o función, sino una filosofía y estilo de vida. El investigador auténtico es el
que se dedica por su convicción de contribuir a la ciencia.
El debate sobre estas dos visiones epistemológicas
me llevan a cuestionar: ¿Qué panorama ofrece la universidad ecuatoriana con la
estrategia elegida? ¿Qué calidad de productos podrán ofrecer docentes
capacitados y mejor pagados pero sin el historial de poseer esa mística investigativa?
Sólo el tiempo lo dirá.
Bibliografía
Lipman,
M.; Sharp, A. y Oscayan, F. (2002). La
filosofía en el aula. Madrid. Ediciones de la Torre.
CONEA,
(2009). Mandato Constituyente No. 14. Evaluación
de desempeño institucional de las universidades y escuelas politécnicas del Ecuador.
Consejo Nacional de Evaluación y Acreditación de la educación Superior del
Ecuador.
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